Con mi novio

Operación Bikini

viernes, 24 de diciembre de 2010

LÁGRIMAS DE VAGÓN


Hoy en el tren, la vida ha vuelto a recordarme porque me aburrí ya del mundo hace tiempo...

En dos conjuntos de cuatro sillas ibamos cuatro personas, tan separadas las unas de las otras como la capacidad del vagón permitia. Un hombre trajeado con cara de ratón y gafas parecia haber permanecido ahí largo rato antes de que yo entrara. Una mujer bonita con una media melena morena habia subido conmigo en mi misma parada, y no cesaba de hablar por su móvil. Otra mujer que acababa de entrar ajetreada, jadeando, se distinguia por un lanudo jersey rojo y un marcado sobrepeso. Y yo, la cuarta criatura, borboteaba en silencio lágrimas de pena y rábia ahogadas en un imperceptible lamento. No me miraron ni yo les mire. No levantamos la cabeza, ni nos sonreimos, ni nos dimos los buenos días. Un silencio fúnebre, solo cortado por la mujer del móvil, cubria el compartimento. El transporte público siempre es así.

Nunca me hubiese parado a pensar en esa gente, por otro lado tan vulgar en estos días, si no fuera porque el parloteo incesante de la mujer termino súbitamente. La mire. Parecia muy preocupada por el teléfono, y al ver yo en la ventana que habiamos entrado en un túnel, intuí que la llamada hubose cortado. Sin embargo, ese dato no parecia tranquilizarla, y freneticamente cambiaba de posición sin pausa, alternando la mirada entre sus piernas y el móvil. Incluso a esa distancia, se adivinaba en sus ojos la sombra del llanto. Fueran cuales fueran las noticias que recibia a través del aparato, no eran nada buenas. Quizás incluso eran demasiado malas. Luego me fije en el hombre trajeado. Aunque de un solo vistazo hubiera podido parecer un tipo elegante, se adivinaba ahora el abrigo cochambroso, el pelo despeinado, el traje demasiado grande para su delgadez. Permanecia inmóvil, pegado al móvil casi sin respirar, leyendo algo en la pantalla con una expresión ceñuda y una posición de gesto agobiado. Parecia tan angustiado y preocupado, con la cabeza apoyada sobre una mano que casi arañaba, Que llegué a la conclusión de que en su caso se trataba de trabajo. Con esas pintas de muerto de hambre en vías de mejora y esa inmovilidad total, no pudo más que inspirarme cierto temeroso respeto. De la mujer del jersey rojo, que se sentaba frente a mí, solo podria decirse que desprendia esa sensación agobiante de que se acaba el mundo que, por norma, emite la gente que llega tarde. En su caso, los jadeos de cansancio y la forma con que se habia desplomado en el asiento, me permitieron adivinar que habia tenido que correr para coger ese tren; sin embargo, no parecia contar con la furia o la desesperación que suele darse en estas situaciones. Más bien parecia lllevar encima una enorme y pesada frustración, esto es, resignación absoluta a correr, a llegar tarde, a que los dias no sean suficientemente largos. Y no es que a ella no le preocupase todo aquello, sino que habia prendido que, como todos, era esclava del tiempo, y que hiciera lo que hiciera siempre habia un reloj, con su nítido tic-tac, que le recordaria que se le acababa el tiempo, como a todos...Me hubiera gustado decir que mi presencia aportaba algo de alegria a ese frio cuadro de la realidad, pero mentiria de manera particularmente irónica, ya que yo presentaba, si aún cabe, un aspecto aún más deplorable: el maquillaje corrido, los ojos hinchados, la ronca voz de quien ha llorado.

Así que ahí estabamos, cuatro seres humanos, cuatro vidas al azar, y ni una sonrisa que ofrecer al mundo. Me apeé del tren confusa, triste y cabreada, dejando atrás las almas en pena para reencontrarme con la llama vacilante de mi propio dolor. Rostros grotescos y gestos hoscos nublaron mi camino cuando una única voz se alzó encima de nuestras cabezas:

"Informamos que por razones técnicas el tren con destino Manresa no se detendra en esta estación. Otro tren con el mismo destino efectuará su parada en 45 min. Gracias por su paciencia."

Otro montón de gente que va a llegar tarde. Otro montón de gente cabreada. Otro montón de gente sin sonrisa.

Somos unos gilipollas de tres pares de cojones.

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